Anti - heroína intercontinental

Cuando ser loser es cool, la artista expuesta (y mujer oculta), sabe mostrarse inocentemente torpe y esquivar con ideas el cliché de la alterada.


Txt. Mijal Iaestrebner @mijebner | Ph. Ezequiel Sambresqui | Locación Baby Snakes



Nacida en Quito, criada y formada en Colombia, iniciada en el mundo de la ilustración en París y en el de la historieta en Australia, Paola Gaviria hoy vive en Argentina, donde se editó su primera novela gráfica de la mano de Editorial Común (a cargo de Liniers y su esposa, Angie Del Campo), que cuenta su propia historia partiendo del embarazo de su madre, quien se había ligado las trompas y a quien, hasta el nacimiento de la artista, se le había diagnosticado un “virus tropical”, título del libro.


“Toda la vida he dibujado, pero en mi infancia y en mi adolescencia era algo íntimo como mi diario y cuando empecé artes plásticas me guie más por la pintura. En ese momento el dibujo no era considerado  como una obra de arte. Pero siempre tuve al lado esos cuadernos”, cuenta Paola. Y fue gracias a esas libretas itinerantes en las cuales desahogaba angustias, anécdotas y mundos imaginarios que expuso por primera vez sus dibujos en París: “A la galerista no le interesaron para nada mis pinturas, vio mis libretas y me dijo: ‘¿Y eso que tienes ahí qué es?’, la encantaron y ya, pasé”.

Solía preocuparse por encontrar un lugar en el mundo artístico hasta que se dejó ser y se permitió hacer lo que le gusta: “En el mundo de la ilustración no soy tan ilustradora, en el mundo de la historieta no soy tan historietista y en el mundo del arte soy ilustradora”.

Su alter ego, Powerpaola, nació en el Metro de París, cuando lloraba porque se había perdido luego de escapar de una fiesta en la que su novio había besado a otra mujer. Recién llegada de Colombia, aún no manejaba el idioma y un hombre africano le preguntó su nombre –“‘¿comme vous les appelle?’, me dijo”- ella respondió “Paola” y él dijo “Power”, ella anotó su nombre en un papel y él escribió encima “Power” nuevamente. “Me quedé con eso que me pareció increíble. Pensé: ‘algo tengo que hacer con esto’”, recuerda y cuenta que luego pintó unos jeans con la insignia, se compró unos patines y así comenzó su nueva vida en la ciudad de las luces.
 

El pseudónimo aguardó paciente hasta que llegó la historieta a la vida de la artista. Fue en Australia, en un momento que la ilustradora defi ne como “triste y duro”: “No sabía qué hacer con mi vida, trabajaba medio tiempo en una cocina y eso me frustraba un montón porque sentía que estaba perdiendo mi tiempo aguantando algo que no quería hacer solo para ganar plata. Me quedé un año y medio trabajando ahí y creo que saqué toda esa rabia, esa depresión y también esas ganas de burlarme de la situación en las historietas porque a la vez estaba re bien, vivía re bien. Powerpaola es una versión de una Paola más valiente, más segura de sí misma, que me la tengo que recordar en momentos en los que me siento temerosa del mundo”.

De a poco su carrera como historietista fue ganando power. A través de su blog comenzó a difundirse su trabajo, primero publicó en una revista peruana, luego semanalmente en la web Historietas Reales y más tarde tomó contacto con Liniers, a quien admira: “Yo siempre tengo esa tendencia a lo deprimente porque me divierte pero me encanta que alguien pueda ser optimista y que no se le termine el humor, es un talento”.Es curioso que, a pesar de estar acertada en su apreciación sobre el artista, el optimismo puede ser muy melancólico mientras que su autocrítica “depresiva”, atravesada por la comicidad, sacude al lector con su energía.

Desde un costado del mapa (o desde todos los puntos del mapa) Paola, esta mujer que se deja llevar a donde sople su arte y desde su perspectiva viajera y viajada, ve con claridad cómo emerge este género literario: “Si uno habla de historietas en Latinoamérica, la que más se está moviendo en ese sentido es Argentina. Yo creo que internet hizo visible a mucha gente que estaba trabajando en su casa y lo interesante es que quienes llegan a ella no solamente tienen que dibujar de una forma o tienen que contar ciertas cosas, sino que todo es posible. Este caos latinoamericano a mi me parece súper atractivo porque están pasando cosas en el mundo del arte, en los espacios, en la forma en que la gente muestra su obra. Está mas vivo que en esos lugares en los que todo es institucionalizado”.
La transición de la historieta como puro desahogo a medio de vida fue larga por razones obvias: el círculo de historietistas era chico, en Colombia no estaba bien visto narrar historias a través de dibujos “imperfectos” y el tiempo que demora producirlas es proporcionalmente mucho mayor a lo que toma consumirlo. “Un día hablando con mi esposo, quien también tenía esos trabajos de sudaca, dijimos :‘hagamos una prueba y no aceptemos ningún trabajo que no tenga que ver con lo nuestro’. Nos cagamos de hambre en serio, había días en que teníamos solo una comida, parecíamos una película de Chaplin. Pero algo pasó ahí: después de ese tiempo -que fue largo- de pobreza, pero también de riqueza creativa, hubo un reconocimiento a partir del cual dijimos ‘bueno, listo’”, recuerda.



De la mano de su prolífero -y casi inabarcable- trabajo y de sus obras autobiográfi cas (que cuentan momentos duros de modos exquisitamente explícitos, como su debut sexual), su vida comenzó a hacerse pública. Sin embargo, no permitió que fuera su propia pia imagen la que trascendiera, sino su trabajo: “Me gusta más que sea esa parte la conocida y no yo. Estamos en un momento del mundo en el que está muy valorado mostrarse. Estamos todos expuestos, en Facebook o en Twitter. En la escuela me decían: ‘¿Por qué tu vida es tan importante que la tienes que contar?’, es porque para mi lo interesante es que la gente se siente identifi cada. No estoy hablando de mi, estoy hablando de todos”.

“Me pregunto mucho: ‘¿qué es esta necesidad de mostrar?’, pero a la vez lo muestro y me salen trabajos, de eso vivo y de eso quiero vivir. Está todo el tiempo esa pregunta del ego, por qué quiero mostrar esta parte de mi”, admite. Podría pensarse que es hasta humilde su postura: no se deja ver en su mejor momento (o como una Súper-Paola) en las redes sociales sino que se cuenta frágil, torpe y honesta en sus dibujos que, además de permitirle expresarse, canalizar sus emociones y contar realidades, son aquello que le da de comer. Casi como alguna vez defi nió un hombre en Australia: su estilo es ‘social post naif’.















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